No es lo mismo un sustantivo que un verbo. Ni tampoco es lo mismo un verbo que un adjetivo y menos que menos un gentilicio es igual a un individuo. Mi abuela diría “chocolate por la noticia”. Si, es obvio y no hace falta mucho para probarlo. Sin embargo, en lo cotidiano parece ser que olvidamos esas diferencias y pasamos, sin pausa, de un lado para el otro. Así, trasponemos ideas, extrapolamos definiciones y hacemos una ensalada de sentidos para conseguir lo que se quiere.
En sexualidad, sea la que se pretende científica tanto como la común, la que se manifiesta en los discursos, existe una preponderancia de este tipo de extrapolaciones. Veamos un ejemplo: prostitución, prostituta, prostituir, prostituirse. Están relacionadas pero no es lo mismo. Parece evidente cuando se ponen las cuatro cosas en la mesa, pero comienza el debate tendencioso cuando se quiere hablar de las diferencias entres estos términos.
Veamos las definiciones que ofrece el Diccionario. Prostitución: acción y efecto de prostituir y Actividad a la que se dedica quien mantiene relaciones sexuales con otras personas, a cambio de dinero. Por su parte prostituta es la Persona que mantiene relaciones sexuales a cambio de dinero. Prostituir significa Hacer que alguien se dedique a mantener relaciones sexuales con otras personas, a cambio de dinero. Prostituirse es un verbo reflexivo y significa que uno ejecuta para si mismo la acción de prostituir. Parece lo mismo, pero hay sutilezas que son la base de toda la cuestión.
Podemos resumir diciendo que la prostitución es algo genérico, mientras que la prostituta es una persona y, finalmente, que el prostituir es una injerencia sobre una persona. Tres cuestiones que tienen problemáticas particulares y obviamente, soluciones particulares.
Empecemos por ver la persona. Una prostituta es una persona que mantiene relaciones sexuales a cambio de dinero, agrego o especies. Más allá que todos nos empeñamos en creer que sólo el amor gobierna las relaciones sexuales de muchos de nosotros, el trocar algo por sexo es mucho más común de lo que queremos ver. Por favor, no caigamos con esto en decir que “todos y todas somos prostitutos”, porque hay un trecho muy largo.
Lo cierto que la persona debería poder elegir cuando mantener relaciones sexuales, en que condiciones y, también, a cambio de que, sea ese cambio, espiritual, sentimental, erótico o material. Es decir que apegándonos a la definición ser prostituta es una decisión individual que no establece, en principio, un comportamiento, sino una decisión. En este caso, lo que debemos exagerar los cuidados, es que ese cambio de relaciones sexuales por algo, sea hecho con la mayor de las libertades, el mayor empeño en protección y en satisfacción personal. He aquí donde entra el desafío de la educación sexual coherente, intensiva, permanente e integral.
La prostitución es, por otro lado, una actividad de un grupo humano. Donde entran en juego, como toda actividad humana, reglas, normas y problemas de consideración sobre los límites. Allí, la sociedad no está uniformizada. Algunos pretenden y lograron oficializar la actividad y otras sociedades todavía pretenden eliminarla o dejarla en lo marginal. Es aquí donde el debate social sobre lo que la sociedad pretende seguir como norma de bien común, los límites que su cultura permite y los recursos que dispone permiten hacer viable una decisión mucho más grande.
Lo tercero es el hecho de prostituir. Aquí no hay discusión posible. Prostituir es violentar. Una violencia que afecta, más que otras, la integridad de la persona. El prostituir no implica debates muy complicados. La sociedad debe prevenir el delito y para eso debe sancionar al violento y proteger, con todos sus recursos, a la víctima. Quien prostituye es el violento y la prostituta, en este caso, es la víctima. Sabiendo que, algunas veces, la sociedad es responsable de ser quien violenta.
No podemos confundir más lo que la gramática deja claro, porque en esa confusión siempre sale beneficiado el violento y perjudicado las víctimas. Seamos, finalmente coherentes con la idea de bien común que tenemos: libertad para que las personas puedan decidir por ellas mismas, respeto para las decisiones personales que no atenten contra nuestro futuro y fortaleza para defender los derechos humanos contra cualquier actividad que viole esos derechos. Tal vez así, podamos aspirar a la meta más inocente e esencial que deberíamos aspirar: felicidad para todos y todas.
En sexualidad, sea la que se pretende científica tanto como la común, la que se manifiesta en los discursos, existe una preponderancia de este tipo de extrapolaciones. Veamos un ejemplo: prostitución, prostituta, prostituir, prostituirse. Están relacionadas pero no es lo mismo. Parece evidente cuando se ponen las cuatro cosas en la mesa, pero comienza el debate tendencioso cuando se quiere hablar de las diferencias entres estos términos.
Veamos las definiciones que ofrece el Diccionario. Prostitución: acción y efecto de prostituir y Actividad a la que se dedica quien mantiene relaciones sexuales con otras personas, a cambio de dinero. Por su parte prostituta es la Persona que mantiene relaciones sexuales a cambio de dinero. Prostituir significa Hacer que alguien se dedique a mantener relaciones sexuales con otras personas, a cambio de dinero. Prostituirse es un verbo reflexivo y significa que uno ejecuta para si mismo la acción de prostituir. Parece lo mismo, pero hay sutilezas que son la base de toda la cuestión.
Podemos resumir diciendo que la prostitución es algo genérico, mientras que la prostituta es una persona y, finalmente, que el prostituir es una injerencia sobre una persona. Tres cuestiones que tienen problemáticas particulares y obviamente, soluciones particulares.
Empecemos por ver la persona. Una prostituta es una persona que mantiene relaciones sexuales a cambio de dinero, agrego o especies. Más allá que todos nos empeñamos en creer que sólo el amor gobierna las relaciones sexuales de muchos de nosotros, el trocar algo por sexo es mucho más común de lo que queremos ver. Por favor, no caigamos con esto en decir que “todos y todas somos prostitutos”, porque hay un trecho muy largo.
Lo cierto que la persona debería poder elegir cuando mantener relaciones sexuales, en que condiciones y, también, a cambio de que, sea ese cambio, espiritual, sentimental, erótico o material. Es decir que apegándonos a la definición ser prostituta es una decisión individual que no establece, en principio, un comportamiento, sino una decisión. En este caso, lo que debemos exagerar los cuidados, es que ese cambio de relaciones sexuales por algo, sea hecho con la mayor de las libertades, el mayor empeño en protección y en satisfacción personal. He aquí donde entra el desafío de la educación sexual coherente, intensiva, permanente e integral.
La prostitución es, por otro lado, una actividad de un grupo humano. Donde entran en juego, como toda actividad humana, reglas, normas y problemas de consideración sobre los límites. Allí, la sociedad no está uniformizada. Algunos pretenden y lograron oficializar la actividad y otras sociedades todavía pretenden eliminarla o dejarla en lo marginal. Es aquí donde el debate social sobre lo que la sociedad pretende seguir como norma de bien común, los límites que su cultura permite y los recursos que dispone permiten hacer viable una decisión mucho más grande.
Lo tercero es el hecho de prostituir. Aquí no hay discusión posible. Prostituir es violentar. Una violencia que afecta, más que otras, la integridad de la persona. El prostituir no implica debates muy complicados. La sociedad debe prevenir el delito y para eso debe sancionar al violento y proteger, con todos sus recursos, a la víctima. Quien prostituye es el violento y la prostituta, en este caso, es la víctima. Sabiendo que, algunas veces, la sociedad es responsable de ser quien violenta.
No podemos confundir más lo que la gramática deja claro, porque en esa confusión siempre sale beneficiado el violento y perjudicado las víctimas. Seamos, finalmente coherentes con la idea de bien común que tenemos: libertad para que las personas puedan decidir por ellas mismas, respeto para las decisiones personales que no atenten contra nuestro futuro y fortaleza para defender los derechos humanos contra cualquier actividad que viole esos derechos. Tal vez así, podamos aspirar a la meta más inocente e esencial que deberíamos aspirar: felicidad para todos y todas.
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