Thomas Beatie, el transexual norteamericano que está embarazado, suscitó variadas reflexiones. Así, fueron interpelados médicos, psicólogos, religiosos, sociólogos y juristas para responder sobre una situación que, lejos de desafiar la imaginación, se nos presenta como una realidad impactante.
Lejos estoy de acercar mi reflexión sobre cuestiones médicas específicas porque, en mi caso y en la mayoría salvo la ginecóloga que atiende a la pareja, no tenemos informaciones necesarias para emitir una opinión adecuada sobre el caso puntual. Mi reflexión se orienta a ciertas sensaciones que surgen frente a esta situación que se tornó mediática.
Lo primero que remarcó es que este caso nos confronta directamente con el primer pilar de la sexualidad moderna: la diversidad como realidad palpable. Indudablemente, en los últimos 50 años, la sexualidad ha avanzado, con muchísimas dificultades y variadas controversias, en la manifestación social, cultural y política de la diversidad como una forma concreta de construir una sociedad acorde con la cosmovisión más deseada por todos y todas: la de una sociedad que crezca como tal, se estimule positivamente en la tolerancia y en el respeto y sea capaz de producir mejoras sustanciales en la calidad de vida de sus miembros.
La diversidad sigue siendo lo diferente de uno. La diversidad englobaría el conjunto de actividades, prácticas y comportamientos que los seres humanos realizan, en el caso particular, con su sexualidad y no sólo con su actividad sexual. De aquí, surge la primera pregunta que debemos realizarnos íntimamente: ¿estamos preparados para aceptar la diversidad? O, aún más directa: ¿Cuánto nos cuestiona la diversidad?
El segundo punto que esta situación, insisto, mediática, a puesto en evidencia es la distinción que hay que realizar, en el terreno de la sexualidad, entre lo que está bien (según nuestras normas morales), de lo que es saludable (según la concepción sanitaria deseable socialmente y admitida personalmente) y lo que es de nuestro gusto (según nuestra cultura). Por más que aún creamos que son sinónimos estas tres categorías son diferentes para cada caso. Esto lleva a la segunda pregunta que deberíamos realizarnos: ¿cuan limitados estamos por nuestra percepción personal de esta tríada o de alguno de esos elementos?
Lo tercero es de una evidencia concreta. No es lo mismo hablar de una concepción abstracta, léase sobre lo que se debería hacer con alguna persona o en determinada situación, a tener que dar una respuesta a una situación en particular, léase a una persona o pareja que está frente a nosotros. En este caso, las especulaciones no corresponden porque se debe, si se quiere hacer algo, procurar resolver los problemas pragmáticos, los cuales, quizás, nos inquietan moralmente. En esos casos no tenemos a la naturaleza queriendo saber nuestra opinión. Tenemos una persona que por su anatomía concibió a una criatura por decisión personal y por posibilidades concretas. Esta es la realidad que tenemos que procurar hacer frente. Luego, si se quiere avanzar se puede utilizar estas situaciones como recurso pedagógico para fomentar una educación sexual, la que debe, innegablemente apuntar a la comprensión de nuestro segundo punto y al fomento de nuestro primer punto.
La sexualidad siempre tendrá su tiempo discursivo, pero siempre se pasará sobre personas concretas que la viven, la creen, la sienten, la sufren, la gozan, la soportan, la aceptan, la rechazan, etc. Nuestra función como sociedad no es otra que procurar que esa sexualidad siempre se sostenga sobre los pilares esenciales que necesita la humanidad para evolucionar como especie: la aceptación de la diversidad, la erradicación de la violencia, la construcción de formas positivas de comunicación, la inclusión del otro, el estímulo de la felicidad y el placer y la necesidad de la solidaridad.
viernes, 04 de abril de 2008
Lejos estoy de acercar mi reflexión sobre cuestiones médicas específicas porque, en mi caso y en la mayoría salvo la ginecóloga que atiende a la pareja, no tenemos informaciones necesarias para emitir una opinión adecuada sobre el caso puntual. Mi reflexión se orienta a ciertas sensaciones que surgen frente a esta situación que se tornó mediática.
Lo primero que remarcó es que este caso nos confronta directamente con el primer pilar de la sexualidad moderna: la diversidad como realidad palpable. Indudablemente, en los últimos 50 años, la sexualidad ha avanzado, con muchísimas dificultades y variadas controversias, en la manifestación social, cultural y política de la diversidad como una forma concreta de construir una sociedad acorde con la cosmovisión más deseada por todos y todas: la de una sociedad que crezca como tal, se estimule positivamente en la tolerancia y en el respeto y sea capaz de producir mejoras sustanciales en la calidad de vida de sus miembros.
La diversidad sigue siendo lo diferente de uno. La diversidad englobaría el conjunto de actividades, prácticas y comportamientos que los seres humanos realizan, en el caso particular, con su sexualidad y no sólo con su actividad sexual. De aquí, surge la primera pregunta que debemos realizarnos íntimamente: ¿estamos preparados para aceptar la diversidad? O, aún más directa: ¿Cuánto nos cuestiona la diversidad?
El segundo punto que esta situación, insisto, mediática, a puesto en evidencia es la distinción que hay que realizar, en el terreno de la sexualidad, entre lo que está bien (según nuestras normas morales), de lo que es saludable (según la concepción sanitaria deseable socialmente y admitida personalmente) y lo que es de nuestro gusto (según nuestra cultura). Por más que aún creamos que son sinónimos estas tres categorías son diferentes para cada caso. Esto lleva a la segunda pregunta que deberíamos realizarnos: ¿cuan limitados estamos por nuestra percepción personal de esta tríada o de alguno de esos elementos?
Lo tercero es de una evidencia concreta. No es lo mismo hablar de una concepción abstracta, léase sobre lo que se debería hacer con alguna persona o en determinada situación, a tener que dar una respuesta a una situación en particular, léase a una persona o pareja que está frente a nosotros. En este caso, las especulaciones no corresponden porque se debe, si se quiere hacer algo, procurar resolver los problemas pragmáticos, los cuales, quizás, nos inquietan moralmente. En esos casos no tenemos a la naturaleza queriendo saber nuestra opinión. Tenemos una persona que por su anatomía concibió a una criatura por decisión personal y por posibilidades concretas. Esta es la realidad que tenemos que procurar hacer frente. Luego, si se quiere avanzar se puede utilizar estas situaciones como recurso pedagógico para fomentar una educación sexual, la que debe, innegablemente apuntar a la comprensión de nuestro segundo punto y al fomento de nuestro primer punto.
La sexualidad siempre tendrá su tiempo discursivo, pero siempre se pasará sobre personas concretas que la viven, la creen, la sienten, la sufren, la gozan, la soportan, la aceptan, la rechazan, etc. Nuestra función como sociedad no es otra que procurar que esa sexualidad siempre se sostenga sobre los pilares esenciales que necesita la humanidad para evolucionar como especie: la aceptación de la diversidad, la erradicación de la violencia, la construcción de formas positivas de comunicación, la inclusión del otro, el estímulo de la felicidad y el placer y la necesidad de la solidaridad.
viernes, 04 de abril de 2008
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