Sin pretender ser una regla elaborada sobre las parejas, creo que dos
comportamientos humanos muestran el comportamiento proclive a la felicidad y a la
armonía en una pareja: el uso del humor –el reírse, digámoslo- y la capacidad
de disfrutar el baile –el propio y/o el de la pareja-. Son dos actividades que,
sin dudas, pueden hacer la diferencia entre la felicidad de dos personas y una
relación conflictiva. Vuelvo a insistir, esto no es una regla ni matemática ni
sexual, sino una simple lectura sobre relacionamientos.
¿Por qué? Primero, porque ambos comportamientos necesitan del otro para
ser conjugados en su mejor expresión; segundo, porque sólo funcionan bien con una
armonía creciente; tercero, para que sean comportamiento adecuados precisan
independizarse de los demás, cuarto, consiguen sus mejores resultados dejándose
ganar por la confianza en el otro y, finalmente, siempre mejora con la
práctica. Pero avancemos un poco más y veamos algunos elementos particulares y
unos falsos amigos de esos comportamientos.
El buen humor es reconocido como una capacidad de reírse de situaciones
variadas, algunas realmente cómicas pero también de utilizar la risa como un antídoto
eficaz frente a las rutinas y a los conflictos. Debemos hacer la salvedad que
no es lo mismo reírse de todo que no poder nunca hablar temas serios, cosa que
esta en las antípodas de los comportamientos favorables para una pareja. El
buen humor necesita cierta sincronía entre lo que me produce risa y el saber
utilizar los recursos con el otro. Hacer reír es diferente que el buen humor.
Uno puede ser gracioso, puede tener una batería magnifica de chistes que
producen la carcajada explosiva, pueden ser realmente cómicos en sus gestos o
comportamientos, pueden utilizar la improvisación como un destapador de risas.
Eso son condiciones casi innatas en algunas personas. Yo me estoy refiriendo a
otra cosa, al buen humor frente a situaciones cotidianas y, sobre todo, frente
a los conflictos.
Una pareja funciona cuando se tiende a buscar un equilibrio permanente
entre partes desequilibradas, podemos resumir. Dos personas que procuran vivir
juntas tienen, necesariamente, diferentes momentos de ánimo en su
interrelación. Ese desequilibrio (sea en más o menos) tiene que procurar mantenerse
a flote; para ello no podemos desconsiderar esos estados de ánimo que llegan y
debemos crear antídotos para hacerle frente.
El humor, sabemos, puede relajar una situación, pero no olvidemos que no
es una actitud individual. Se necesita siempre de la otra persona. Muchas
parejas no tienen esa posibilidad por algún tipo de rigidez mental. Así, por
ejemplo, frente a un conflicto que está por explotar uno de los pares procura
aliviar la tensión con una broma, con un comentario “tonto” (se hace la primera
parte), si la otra persona no capta el mensaje inmediatamente (ojo que estamos
yendo a terreno frágil) y reacciona positivamente, recurriendo al humor
dispuesto sobre la mesa como una salida, se pierde una oportunidad y se entra
en el conflicto. Todos sabemos que cuanto más se entra en zona de conflicto,
más se vuelven rígidas las estructuras y más difícil es salir en las veces
posteriores de esas zonas de rispidez.
Por eso debemos procurar entender el humor como un recurso eficaz a ser
desarrollado, que no implica jugar a payaso en una relación (enhorabuena por
los que tienen el talento natural de serlo, realmente), sino en aprender que el
humor particular de cada uno es una herramienta fundamental para que la
felicidad sea un proyecto realizable siempre.
Con respecto a la danza debemos recordar que no estamos pensando en
eximios bailadores de cualquier cosa, sino en parejas que encuentran un ritmo y
una cadencia propia donde los pasos se permiten conjugarse de forma que se
disfruta el movimiento, el encuentro y la alegría de centrarse en el equilibrio
entre dos personas. Una pareja que sabe bailar de forma conjunta, que encuentra
placer en los movimientos y que sabe que en ese contacto está parte de su
sincera cercanía, esas personas disponen de una herramienta importante para
descubrir que una pareja es pareja porque son siempre dos personas que procuran
funcionar de forma conjunta y nunca porque son una sola. Ahora bien, recordemos
que la danza permite que uno pueda estar en contacto con otras personas, nunca
debemos pensar que eso significa otra cosa.
Que una pareja sepa bailar es una muestra de algo positivo, pero
tengamos cuidado, mucho cuidado, en creer que eso representa algo más que un
elemento secundario. Lo que fortalece a la pareja es la comunicación y no otra
cosa. Si nos confundimos corremos el riesgo de convertir un elemento
secundario, circunstancialmente importante, en algo imprescindible (Valga
decirlo: ¡fuera celos!)
Nunca debemos confundir los elementos importantes de una relación con los
elementos necesarios y secundarios. La anécdota siempre es secundaria, lo
trascendental que ocupa las anécdotas para manifestarse es lo importante. Por
ejemplo, la danza o el humor son elementos de anécdota, lo que defiendo es que
ellos permiten mostrar lo importante que es la capacidad de una pareja de
reconocer al otro, procurar la armonía y de fortalecer sus sistemas de
comunicación. Pero para que ello pase, tiene que haber pareja, intención de
estar, deseo de sentir, placer de la compañía y, claro está, disfrute del sexo.
Cultivemos los elementos secundarios, los mencionados o procuremos
encontrar los nuestros pero, recordemos siempre que una pareja son dos personas
procurando encontrar el equilibrio dinámico hacia la felicidad, utilizando
recursos secundarios sobre la única base imprescindible el deseo de compartir
algo, de la forma más completa que puedan. En definitiva, dos personas
procurando amar.