sábado, 1 de enero de 2011

Notas sobre el amor

Recibo esta frase de Emmanuel Levinas: "Amar es temer por otro, socorrer su debilidad". Me confronta con algo que da vueltas por mi mente hace tiempo: el amor como hecho cotidiano; el amor como realidad inevitable, a veces implacable. El amor como hecho imprescindible de la humanidad, que no implica que sea imprescindible para los seres humanos. La humanidad está condenada a hacer que el amor exista. El ser humano puede privarse, por su parte, de él.
En la noción de amor, siempre renovada en sus definiciones incansables, reside el principio que ordena la humanidad: la inevitable alteridad, la necesaria comunicación y en esta frase de Levinas el desafío supremo que significa el amor: el buscar antídotos para el poder inevitable que engendra esa alteridad y esa comunicación, siempre construida à fur et mesure.
Algo inevitable que surge de la noción del amor es el papel del sacrificio. El amor no implica sacrificio ipso facto, pero el hecho de ser humanos si lo induce. Esta diferencia crucial es necesario especificarla. El amor como noción abstracta alberga, de un modo u otro, un cúmulo de virtudes, placer, satisfacción y bienestar. Pero el amor como hecho es inseparable de la alteridad y de la comunicación, es decir de ser humanos y del otro como existente y necesario para la existencia –nombramos al otro y el otro nos nombra sigue siendo la síntesis del principio de humanidad. En este encuentro con el otro, la noción de sacrificio –renuncio a algo por alguien- aparece como inevitable en la sucesión del tiempo. Una noción que pone, aún más en evidencia esta frase de Levinas, al rescatar la debilidad del otro –y la de uno a su vez- como elemento consistente del amor humano.
El amor seguirá siendo el refugio donde nuestra humanidad guarda sus mejores deseos de superación, sus sueños de paz, su esperanza de la utopía de ser aquellos que siempre soñamos ser: dioses que trabajan por un bien común, con la felicidad del encuentro y la armonía del reconocerse diverso. Allí vamos, pero, sin dudas, aún nos falta mucho camino.

Algo más sobre los celos

Es imposible que una persona que sepa que existe un “monstruo de ojos verdes”, vivo, real, eficaz y omnipresente en la vida se ponga de acuerdo con alguien que esté convencido que tal monstruo no existe. Esta premisa es esencial de comprender y asumir para pensar en los celos. Son dos personas que no ven la misma realidad y que no será por el intercambio que lograrán hacerlo. A lo máximo podrán mostrar que en determinado momento el monstruo no está, pero el que piensa que existe, sabe –esta es la palabra- que él está al acecho. Por su parte, quien sabe que no existe tal monstruo piensa que el otro, tarde o temprano, asumirá antes la evidencia cotidiana su inexistencia. La posibilidad que este convenza al otro de la inexistencia es imposible. La posibilidad que este último imponga modalidades de restricción de cosas por ese monstruo inexistente es altísima. En esta dualidad de opciones radica la esencia de los celos como violencia. Uno, no puede convencer al otro y el otro puede imponer comportamientos, conductas, haceres, decires, deseos y otros.
Esta realidad es la que debemos tener en cuenta cuando nos enfrentamos a los celos como una realidad que se impone como norma de relación entre dos personas. ¿Qué hacemos, entonces? Creo que debemos saber que el que tiene celos debe buscar un tercero –terapeuta- que le ayude a “definir su monstruo verde, visualizarlo claramente y extirparlo como realidad o cercarlo”. No es su pareja quien debe hacerlo. Esto es crucial comprender. Eso no quita que esta pueda ayudar en el proceso terapéutico como sea mejor.
Por otra parte, quien sufre los celos también debe realizar su propio proceso terapéutico para asumir el límite que uno debe tener al ordenar su vida para que la realidad del otro se imponga como válida. La relación con el otro siempre debe ser una construcción donde las reglas se vayan consolidando entre los dos. Otra modalidad, sin dudas, pueda llevar a esa violencia, no dicha, tan sutil que se basa en la amenaza tacita de la que nadie parece responsable pero que todos sufren.