miércoles, 12 de mayo de 2010

Alguna cuestión sobre el inconsciente

Hay cosas que responden a la fórmula agustiniana de sé que es pero si me lo preguntan ya no lo sé. Efectivamente tenemos conciencia de muchas cosas mientras no debamos explicarlas. Cosas que nos atraviesan en lo cotidiano y que vamos encontrando, en el mejor de los casos, pruebas por allí y por aquí. Pruebas personales o de otros. Así, ciertas palabras sólo conocemos su definición generalmente por arranques poéticos que por un consistente trabajo de definición teórica. Sin embargo, aún cuando se puede negar eso, seguimos creyendo que existen como tal.
El inconsciente es, sin duda, una de esas palabras. Le demos vuelta por donde se lo de vuelta (inclusive los estudios neurobiológicos complejos) la existencia de esa instancia es, casi una perogrullada para todos. De cierto modo sabemos que es inaprensible en si mismo pero no negamos, en muchos casos, sus efectos concretos sobre la realidad que nos circunda. Existe una masa de datos que se alberga en su interior y que tiene efectos concretos sobre nuestra realidad. Que el pasaje a través de esa membrana es un resultado de una compleja combinación de elementos que están afectados por un factor individual que los hace de difícil aprehensión general. Que, además, aún cuando podemos ver los efectos en muchos casos se mantiene oculto parte de sus efectores por nuestras carencias de métodos de estudio, por la no necesidad del estudio como un elemento que pueda generalizarse para realizar un sistema de comprensión apropiado o, simplemente porque los factores que definen la membrana de paso son tan variados, circunstanciales y poco controlados pues tiene que ver con el cotidiano de niños y niñas.
El psicoanálisis desde su creación creó una suerte de apropiación del inconsciente. Así el proceso de intervención creado por Freud se mostró y fue aceptado como el mecanismo que podía dar cuenta de esa entidad inabarcable que teníamos como seres humanos. A pesar del hecho innegable que Freud no inventó el inconsciente sino que lo puso en relieve e ideó un modelo de intervención sobre el mismo, definiendo hipótesis y alternativas explicativas para el mismo. Pero la verdad, aunque evidente y notable, no siempre es tenida en cuenta: el inconsciente existía desde que el ser humano es humano y eso nos remonta a milenios antes de Freud.
Como suele pasar cuando se asocia a alguien a un concepto los seres humanos se enfrentan a un dilema: ¿apoyar la existencia del inconsciente es apoyar a Freud y lo contrario es también una verdad ineludible? Aunque todos y todas puedan responder taxativamente que no es así, lo cierto que ese mecanismo nos tiene prisioneros, podríamos decir.
El psicoanálisis ha pasado a formar parte de las grandes realidades aceptadas por un grupo de personas. Aceptación que se enfrenta, permanentemente, a grandes detractores. Desde siempre el método freudiano fue cuestionado, menospreciado, negado, atacado y demostrado como charlatanería por ciertos autores. Citemos, a modo de ejemplo, las recientes publicaciones contra el psicoanálisis: Le Livre noir de la psychanalyse, bajo la dirección de Catherine Meyer (2005) o el más reciente de Michel Onfray " crépuscule d'une idole. L'affabulation freudienne (2010).
Sin embargo, aún cuando los textos exhiben pruebas que ellos consideran contundentes las mismas no se refutan, ni se aceptan por el otro grupo, quienes sostienen que el psicoanálisis es categórico en su eficacia, en su método, en su sistema de análisis de esa parte de difícil acceso por otro mecanismo: el inconsciente.
Dos grupos que se mantienen como inexpugnables: quienes están a favor y los que están en contra. En los primeros, algunos pretenden que el mundo entre en razón con respecto al psicoanálisis y que deje de considerarlo algo que tiene una nula seriedad (Ver Mario Bunge, por ejemplo). El otro grupo que lo integran dos subgrupos: el primero que se mantiene en sus treces y sostiene el psicoanálisis como un corpus serio, eficaz y que aún no agotó sus secretos para seguir estudiándolo y, otro grupo , que a partir del psicoanálisis ha encontrado filones de pensamiento y/o de intervenciones terapéuticos que han permitido llegar a nuevas formas de trabajo y de construcción de un saber y, sobre todo, un savoir-faire.
Lo cierto que hoy es importante aceptar de una vez dos verdades ciertas que, tal vez, permitan avizorar un nuevo horizonte: 1] el inconsciente existe como algo indefinido pero que lo vivimos los humanos como una experiencia vital, a veces, positiva y a veces negativa 2] ningún método aparece como eficaz para su estudio y análisis porque no hemos dedicado tiempo y recursos para ello de manera que pueda sociabilizarse cualquier método de manera universal. Frente a ello, como la religión, se seguirá a favor y en contra pero sin resolver mucho más que verdades no aceptadas por el otro grupo.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Convivir con alguien

Salvo las situaciones donde hay crímenes –violencia, pedofilia, violación- lo que uno haga sexualmente en su casa –la alcoba ya queda chica para muchas experiencias sexuales- es una decisión personal (o debería serlo). Si existe una buena educación sexual integral esa decisión estará basada –en muchos casos- en lo que la Organización Mundial de la Salud define como comportamiento sexual responsable. Este es “aquel que comprende la autonomia, la reciprocidad, la honestidad, el respeto, el consentimiento, la protección y la búsqueda del placer y del bienestar”.
O sea, que con la salvedad inicial, cada uno debería decidir con quién convivir y qué hacer con esa persona sexualmente (en el resto también, valga la aclaración redundante). Hasta allí vamos bien. Ahora bien, el estado debe, a su vez, ofrecer a sus ciudadanos las mejores condiciones para desarrollarse: esto implica, sin más, garantizar sus derechos al mismo tiempo que ampliarlos permanentemente (la discusión obvia sobre los deberes que a cada uno le corresponden es para otro artículo). Un ejemplo, hasta 1949 la sociedad mantenía el error terrible de impedir que la mujer vote. El estado amplió ese derecho lógico porque era incoherente que esa discriminación se mantenga con un estado que promueva algún tipo de igualdad. Lo que privó para eso es la convicción que no podía existir ninguna interpretación que limite algo que era evidente: los ciudadanos eran iguales y por lo tanto necesitaban tener iguales derechos.
Dos personas deciden convivir juntos porque creen que eso les facilita la vida. Facilitar la vida es algo que no debe ser tomado tan a la ligera. Significa, entre otras cosas, mejoras personales, íntimas, individuales, sociales, económicas, etc. Esto significa que deciden convivir porque están convencidos que ese proyecto les permitirá ser más felices – no siempre aciertan las personas en eso, pero está claro que es el sentido más perseguido a priori. Cada uno decide si esa convivencia será con papeles, con ritos, con lo que fuera. Esta decisión conlleva, obviamente, mayores o menores derechos y obligaciones, tocará más o menos mis convicciones o creencias; simplificará o complicará diferentes cuestiones. Cada cual a decidir. Pero sólo se decide si hay opciones. Eso es claro. El estado debe velar por que las opciones de todos y todas no estén restringidas por las convicciones de unos pocos o pocas (o aún de muchos y de muchas).
Si alguna ley del estado no permite eso de manera amplia, comprendamos de una vez, es necesario cambiarla. No veo en esto mucho margen para aceptar algo que restringa la opción de elegir de los y las ciudadanas en este sentido.

Lunes, 03 de mayo de 2010