Por las mariposas inolvidables, por su memoria y su decisión
El 25 de noviembre fue elegido como el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. La elección le cupo a los participantes en el Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, que se llevó a cabo en Bogotá en 1981. Sin embargo, como siempre hubo que esperar un tiempo, 18 años, para que los demás comprendieran la importancia de esa elección. Recién en 1999, la Asamblea General de la ONU decide, a través de la resolución 54/134, que ese día sirviese para recordar y promover activamente la Eliminación de este tipo de violencia que, en palabras del antiguo secretario de la ONU, Kofi Anan, "es quizás la más vergonzosa violación de los derechos humanos. Mientras continúe, no podemos afirmar que estemos logrando progresos reales hacia la igualdad, el desarrollo y la paz”.
Este año parece que existen más razones públicas para reforzar nuestro compromiso con la idea central de este día. Efectivamente, en el último mes se han acumulado los casos de mujeres brutalmente muertas por el solo hecho de ser mujeres y no poder contar con un sistema de protección adecuado. No obstante, la sensibilidad que nos produce las muertes brutales no debe hacernos olvidar que la lucha es aún más grande, porque no sólo para evitar estas situaciones terribles, sino para evitar todo tipo de violencia, partiendo de la que aún es imperceptible.
Los casos dramáticos nos sacuden, nos movilizan y nos cuestionan, pero la batalla que debemos librar comienza antes, contra esas violencias que no se ven a simple vista; aquella que golpea, día a día, a tantas mujeres por un sistema vigente de imposición de restricciones y de una hegemonía de la discriminación. La lucha es contra la violencia que se sufre en silencio, tantas veces. La lucha es para que la palabra de las silenciadas se recupere completa y radicalmente.
Lamentablemente vivimos en un mundo que no ha encontrado solución a sus problemas de violencia. Un mundo que todavía no ha logrado conseguir aceptar el disenso como una norma eficaz y no explicita de convivencia; un mundo que ha desarrollado estrategias para eliminar, excluir, silenciar a los que poseen una sensibilidad, una opinión o un quehacer que molesta a los intereses de quien se cree superior.
Queremos que no haya violencia, eso deseamos en nuestros sueños y utopías. Sin dudas, desearíamos que en este mundo sea innecesaria la violencia y que se descarte, totalmente, su opción como posibilidad. Pero lo cierto, es que somos muy humanos y que como tal hemos aprendido a convivir con ella y a aceptarla como algo irremediablemente presente. Sin embargo, aún aspiramos a llegar a ese punto de la evolución donde ser humano implique el uso de la capacidad de dialogo como eje central de todos nuestros comportamientos.
Días como estos nos hacen recordar que nuestra humanidad todavía debe avanzar un poco mucho. Aún si tiene que hacer muchas cosas, hay una sola que desencadenaría el resto: la eliminación de la violencia contra la mujer. Efectivamente, eliminar esta violencia implicaría, necesaria e incuestionablemente, una nueva forma de concebir nuestro ser personas. El desafío estará en marcha en la medida que lo afrontemos como una cuestión vital. No habrá futuro posible sin que comprendamos que la violencia no hace más que frenarnos, llevarnos por caminos errados y hacernos perder una oportunidad histórica de hacer un salto en la evolución. El grillete de la violencia aún nos mantiene cautivos a todos y todas. Clamemos libertad: el camino de la paz nos está esperando.