lunes, 25 de junio de 2007

En sexo aprendamos a diferenciar

Hubo una época que existían los chistes que comenzaban con “no es lo mismo” y terminaban con un juego de palabras que incluía un doble sentido en su comparación. Todos esos chistes utilizaban el sexo como motor. Lo cierto que esa idea de “no es lo mismo” es clave en educación sexual y en el disfrute del sexo de todos y todas.
Básicamente siempre debemos diferenciar frente a una situación sexual cualquiera tres ordenes básicos: el saludable (esto es saludable o perjudicial para mi salud); el moral (yo considero que esto es bueno o malo para mi escala personal de valores) y el personal (eso no lo disfruto o considero que no es de buen gusto para mi). Esta separación es muy importante para poder construir una vida sexual altamente positiva evitando que evaluemos experiencias con filtros equivocados, aún dándole importancia a cada uno de ellos.
Por eso, recordemos que esta evaluación que podemos hacer de ciertas situaciones es siempre personal. Aquí surge, entonces, la cuestión importante: ¿como evalúa mi pareja esas mismas situaciones? Pregunta simple pero que causa, muchas veces, una preocupación muy grande pues se amontonan otras preguntas: ¿realmente puedo hablar de esto? ¿Pensará que soy un pervertido/a por pensar esto? Y las afirmaciones contundentes: ella/él piensa igual que yo. Esto solo puede verse de un solo punto de vista. Lo que está bien está bien y punto. Todas situaciones que nos encierran en nuestra forma de ver las cosas y reduce la posibilidad del diálogo.
Como vemos, lo que importa no es sólo reconocer que tenemos tres niveles de evaluación frente a situaciones sexuales sino que lo que hace el cambio en nuestras relaciones es la capacidad de poder hablar de ello, negociar nuestras situaciones, aceptar las diferencias y procurar entendimientos a través de la comunicación.
Tener sexo puede ser fácil e instintivo, sin dudas, pero aprender a disfrutar de él, hacer de esa actividad un redescubrir constante de nuestras emociones, transformarlo en una forma de ver la vida, en una procura del placer y un esfuerzo por fortalecer los sentimientos necesita más que el instinto. Todo eso exige mucho más que un simple acto, implica tomar conciencia que la sexualidad es una experiencia humana en la que todos y todas debemos aprender, mejorar y crear permanentemente. Darnos cuenta de ello nos posibilitaría comprender que el placer es un logro que nos puede conducir a la felicidad. Por ello, buscarlo incesantemente puede ser considerado un mandato de nuestra humanidad.

martes, 5 de junio de 2007

El humor, el baile y las parejas

Sin pretender ser una regla elaborada sobre las parejas, creo que dos comportamientos humanos muestran el comportamiento proclive a la felicidad y la armonía en una pareja: el uso del humor y la capacidad de disfrutar el baile. Son dos actividades que, sin dudas, pueden hacer la diferencia entre la felicidad de dos personas y una relación conflictiva. Vuelvo a insistir, esto no es una regla ni matemática ni sexual, sino una simple lectura sobre reracionamientos.
¿Por qué? Primero, porque ambos comportamientos necesitan del otro para ser conjugados en su mejor expresión; segundo, porque solo funcionan bien con armonía creciente; tercero, para que sean comportamiento adecuados precisan independizarse de los demás, cuarto, consiguen sus mejores resultados dejándose ganar por la confianza en el otro y, finalmente, siempre mejora con la práctica.
Pero avancemos un poco más y veamos algunos elementos particulares y unos falsos amigos de esos comportamientos.
El buen humor es reconocido como una capacidad de reírse de situaciones variadas, algunas realmente cómicas pero también de utilizar la risa como un antídoto eficaz frente a las rutinas y a los conflictos. Debemos hacer la salvedad que no es lo mismo reírse de todo, que no poder nunca hablar temas serios, cosa que esta en las antípodas de los comportamientos favorables para una pareja. El buen humor necesita cierta sincronía entre lo que me produce risa y el saber utilizar los recursos con el otro. Hacer reír es diferente que el buen humor. Uno puede ser gracioso, puede tener una batería magnifica de chistes que producen la carcajada, pueden ser realmente cómicos en sus gestos o comportamientos, pueden utilizar la improvisación como un destapador de risas. Eso son condiciones innatas en algunas personas. Yo me estoy refiriendo a otra cosa al buen humor frente a situaciones cotidianas y, sobre todo, frente a los conflictos.
Una pareja funciona cuando se tiene a buscar un equilibrio permanente entre partes desequilibradas, podemos resumir. Dos personas que procuran vivir juntas tiene, necesariamente, diferentes momentos de ánimo en su interrelación. Ese desequilibrio (sea en más o menos) tiene que procurar mantenerse a flote, para ello no podemos desconsiderar esos estados de ánimo que llegan y debemos crear antídotos para hacerle frente. El humor, sabemos, puede relajar una situación, pero no olvidemos que no es una actitud individual, necesita siempre de la otra persona. Muchas parejas no tienen esa posibilidad por algún tipo de rigidez mental. Así, por ejemplo, frente a un conflicto que está por explotar uno de los pares procura aliviar la tensión con una broma, con un comentario “tonto” (se hace la primera parte), si la otra persona no capta el mensaje inmediatamente (ojo que estamos yendo a terreno frágil) y reacciona positivamente, recurriendo al humor dispuesto sobre la mesa como una salida, se pierde una oportunidad y se entra en el conflicto. Todos sabemos que cuanto más se entra en zona de conflicto, más se vuelven rígidas las estructuras y más difícil es salir en las veces posteriores de esas zonas de rispidez.
Por eso debemos procurar entender el humor como un recurso eficaz a ser desarrollado, que no implica jugar a payaso en una relación (enhorabuena por los que tienen el talento natural de serlo, realmente), sino en aprender que el humor particular de cada uno es una herramienta fundamental para que la felicidad sea un proyecto realizable siempre.
Con respecto a la danza debemos recordar que no estamos pensando en eximios bailadores de cualquier cosa, sino en parejas que encuentran un ritmo y una cadencia propia donde los pasos se permiten conjugarse de forma que se disfruta el movimiento, el encuentro y la alegría de centrarse en el equilibrio entre dos personas. Una pareja que sabe bailar de forma conjunta, que encuentra placer en los movimientos y que sabe que en ese contacto está parte de su sincera cercanía tiene una herramienta importante para descubrir que una pareja es pareja porque son siempre dos personas que procuran funcionar de forma conjunta y nunca porque son una sola. Ahora bien, recordemos que la danza permite que uno pueda estar en contacto con otras personas, nunca debemos pensar que eso significa otra cosa. Que una pareja sepa bailar es una muestra de algo positivo, pero tengamos cuidado, mucho cuidado, en creer que eso representa algo más que un elemento secundario. Lo que fortalece a la pareja es la comunicación y no otra cosa. Si nos confundimos corremos el riesgo de convertir un elemento secundario, circunstancialmente importante, en algo imprescindible.
Nunca debemos confundir los elementos importantes de una relación con los elementos necesarios y secundarios. La anécdota siempre es secundaria, lo trascendental que ocupa las anécdotas para manifestarse es lo importante. Por ejemplo, la danza o el humor son elementos de anécdota, lo que defiendo es que ellos permiten mostrar lo importante que es la capacidad de una pareja de reconocer al otro, procurar la armonía y de fortalecer sus sistemas de comunicación. Pero para que ello pase, tiene que haber pareja, intención de estar, deseo de sentir y placer de la compañía.
Defendamos estos elementos secundarios, procuremos encontrar los nuestros y los desarrollemos pero, recordemos siempre que una pareja son dos personas procurando encontrar el equilibrio dinámico hacia la felicidad utilizando recursos secundarios sobre la única base imprescindible el deseo de compartir algo de la forma más completa que puedan.

lunes, 4 de junio de 2007

El baile del caño: algunas cuestiones sobre la pornografía, el erotismo y la sexualidad

En la actualidad dos tendencias se sobreponen en lo cotidiano: la primera en hacer una apología de la diversidad como norma y lo segundo, opuesto a ello, es procurar que todo sea dicotómico, un polo positivo y uno negativo y se acabó. Así, parece ser, socialmente sólo importa no representar, ni ser marcado como el polo negativo de la historia. Todo está permitido, resume la primera tendencia y lo segundo se resume con la sentencia, tipo judicial: “sos…..
La pornografía siempre estuvo signada por lo negativo y aceptada como inevitable. En los últimos tiempos se vio unida como pareja dicotómica con el erotismo. Así lo erótico es necesario y deseado y lo pornográfico sigue teniendo un tinte particularmente negativo. Con esta distinción lo que importa es que cada cosa se quede en su lugar. Sin embargo sabemos que la delgada línea que separa estos campos no es ni línea, ni clara, ni fija. Entonces las cosas pasan a ser eróticas, según indica, si alguna autoridad (sea científica, pseudo científica y, no nos engañemos, sobre todo mediática) establece que quien no considera erótico alguna cosa es un reprimido (un nuevo polo dicotómico suprime al primero). El miedo a ser sancionado con este polo altamente negativo hace que procuremos el silencio frente a ciertas situaciones.
El baile del caño presentado en la televisión, como un anzuelo eficaz para el rating, vuelve a levantar dos cuestiones esenciales en el terreno de la sexualidad y, curiosamente, ninguna de ellas tiene que ver con lo erótico, ni con la pornografía, sino con la sexualidad y la responsabilidad sanitaria y educativa que tiene la sociedad frente a ello.
a- No podemos evitar que el contenido de imágenes (sean ellas eróticas o pornográficas) aparezcan en la TV. Pero si podemos ofrecer espacios de respuestas para las preguntas que ellas producen; he aquí el ámbito de la educación sexual, la verdadera, la que permite crear espacios donde la sexualidad pueda ser hablada y que favorece la construcción de aptitudes para que todos y todas puedan disfrutar su inevitable experiencia sexual. De la sexualidad ninguno se salva, podríamos decir y loado sea quien fuera por ello.
b- En el único video que pude ver sobre el baile del caño (por Internet), la protagonista fue Nina Peloso y su pareja. En la coreografía ella simulaba escenas de violencia con su pareja: cachetadas y patadas eran utilizadas. La violencia nunca tiene que ser aceptada en relación a la sexualidad (los juegos lúdicos con SM son otra historia). Este si es un tema central que merece una discusión más profunda y seria.
No confundamos las cosas para favorecer la confusión: cada uno tiene que ser capaz de decidir si alguna cosa es erótica, decidir si quiere consumir pornografía y también decidir si su llamado buen gusto le permite o no asistir a ciertas emisiones. Pero la libertad llega hasta allí, porque la sociedad debe ser más exigente para responder por una sexualidad plena en sus miembros: es decir aquella que nace de una educación sexual que pregone la búsqueda del placer, la armonía saludable, la erradicación de todo tipo de violencia. En definitiva la sociedad debe estimular, a través de una educación sexual comprometida, una sexualidad plena en sus miembros. Allí cabe la pregunta clave, que obviamente no es si el baile del caño está bien o mal, es aceptable o no, sino:
¿Estamos haciendo una educación sexual seria o continuamos dejando la educación sexual en manos de los que muestran los medios por cuestiones relacionadas con el rating?