El psicoanálisis es una teoría que es, para muchos, lógica. Su estructura nos remite a cosas que podemos entender y, simplificación mediante, todos podemos hacer referencia a sus explicaciones y contenidos. De más está decir que cuando se toma a la teoría como una verdad irrefutable la discusión sobre la validez de los postulados se enciende y la división entres los partidarios y los acérrimos detractores crea un disenso guerrero.
Como teoría es una herramienta que puede ser válido en la medida que permite reflexiones y construcciones para el trabajo. Hasta aquí vamos bien. El problema que veo, en no pocas presentaciones sobre psicoanálisis y educación sexual, es que utilizan una pasmosa simplificación del aparato teórico del psicoanálisis para tejer la relación con la educación sexual. De ese modo, reducen todo a un sistema cuasi elemental, superfluo y que parece un cuento para adolescentes. He aquí donde la división no es entre detractores y defensores, sino entre quienes son críticos o defensores fundados de la teoría y los que no saben del tema y/o no pretenden bucear sobre las posibilidades de encontrar algo que sea útil y persisten con flotar en la superficie de esa “verdad revelada”. De este grupo hay que cuidarse y, dado el status fundamental que adquiere la educación sexual integral con su ley en Argentina (ley 26.150), confrontar a estas personas que utilizan una versión cuasi-ficcional de la teoría freudiana para colarse en el universo de la educación sexual.
Más allá de las concretas críticas al cientificismo de la teoría freudiana, es innegable que el aparato teórico construido por Freud -complejizado por Lacan- ha sido una fuente inagotable de recursos para distintos pensadores de diversas disciplinas. Así la antropología, la filosofía, la lingüística, la psicología, la psicoterapia, la medicina, los estudios feministas, los estudios de género, la pedagogía, entre otras, han usufructuado, sufrido y reaccionado ante esta teoría.
La ley de educación sexual integral incorpora, finalmente, la sexualidad al ámbito de la educación –donde siempre se ha dado, a pesar de los educadores se puede decir- eso implica una renovación de carácter pedagógico. Conlleva un desafío enorme pues exige que seamos cautos pero no temerosos; preparados pero activos; preocupados y ocupados por la temática; consientes y creativos.
Toda teoría puede ser útil para la construcción de este nuevo desafío. Sin embargo, asumamos que la educación sexual integral se hará en el proceso interactivo. Efectivamente, allí donde el observador expectante, el analista que no se compromete con la temática no participa. Es en la realidad del encuentro donde debemos participar.